jueves, 13 de julio de 2017

San Enrique (972 - 1024)

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Nacido en el año 972, y era nieto de Carlomagno y sucesor de los tres Otones. Fue el más grande apóstol de la paz en el segundo decenio del siglo XI y uno de los más destacados promotores de la civilización occidental, colaborando a la labor del Papado y de los monjes de Cluny, de cuyo abad San Odilón fue gran amigo.
Pasada ya la gloriosa restauración de Carlomagno, Europa, en el siglo X, vivía una época de dejadez y brutalidad. Empezaban a aparecer los desastrosos efectos del feudalismo, y la jerarquía eclesiástica estaba corroída por las investiduras, y por doquier impera la ley del más fuerte.
Los primeros años de su vida pasaron plácidamente, pero pronto fue víctima de la persecución, dado que su padre fue vencido en una de las interminables guerras familiares y se había visto obligado a huir. Sin embargo, las cosas volvieron a su lugar; el padre recobraró el ducado con todas sus posesiones y Enrique pudo dedicarse al cultivo de las Letras, bajo la dirección de Wolfgang, el santo obispo de Ratisbona.
Wolfgang no sólo formó su inteligencia, sino también su voluntad, dándole una esmerada educación cristiana y una sólida piedad.
A la muerte de su padre, heredó el ducado y se convirtió en uno de los príncipes de más porvenir de Alemania. Con su carácter recto y justiciero atendió a las necesidades de su pueblo, gobernó con mano al mismo tiempo fuerte y suave. Supo comprender y no fue vengativo. Prefirió perdonar que castigar y buscó antes el provecho de sus súbditos que el de sus propios intereses.
En el año 1002, los electores del Sacro Imperio Romano-Germánico lo nombraron para el cargo imperial. Acababa de morir Otón III, sin sucesión directa.
La fama de Enrique, su sinceridad y nobleza, fueron reconocidas por todos, y sabían que sería el emperador ideal. La ascensión al trono imperial fue para el duque de Baviera una empresa difícil. Surgieron contrincantes que hubo de vencer, sublevaciones por dominar, querellas entre los señores feudales, que tuvo que sofocar, pero Enrique, con su fiel ejército, atiendió a todo.
Venció al rey de Polonia, rechazó a los bizantinos, intervino en los Estados Pontificios defendiendo los derechos de Benedicto VIII, el legítimo sucesor de Pedro. Con su prodigioso genio militar supo triunfar, pero, diferente de muchos otros de su tiempo, no abusó de la victoria. La justicia rigió todos sus actos.
Su actividad se extiendió también a la reforma espiritual del clero.
En el año 1007 convocó, de acuerdo con las costumbres de su tiempo, un Concilio general en Francfort. Acudieron los numerosos obispos del Imperio, que dictaron severas normas disciplinarias. Después, Enrique procuró que se cumplan. Restablecido el orden en el Imperio y protegidas las fronteras, Enrique empezó a reinar con todo su poder. En el año 1014, junto con su esposa, fue ungido y coronado rey por el propio pontífice, en Roma.
Al sentirse morir llamó junto a sí a los grandes del reino y, tomando la mano de su esposa Cunegunda, también santa, dijo a los padres de ésta: "He aquí a la que vosotros me habéis dado por esposa ante Cristo; como me la disteis virgen, virgen la pongo otra vez en las manos de Dios y vuestras".
Fallecido en el año 1024, y sus restos reposan en la catedral de Bamberg.

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