Santa Catalina Lobouré (1806 – 1876)

Sus padres tuvieron
diecisiete hijos de los que vivieron nueve. Catalina era la séptima. Nació en
Fain-les-Moutiers (Francia), el 2 de Enero del 1806. Huérfana de madre desde
los nueve años, pasó la niñez entre las aves y los animales de la granja porque
tuvo que hacerse cargo de las faenas de la casa junto con su hermana pequeña
Tonina.
Ella
nota el tirón de la vocación a la vida religiosa. Pero tiene que vencer
engorrosas y complicadas dificultades familiares para poder realizarla. Incluso
tuvo que trabajar como criada y camarera en los negocios de dos hermanos
mayores suyos durante algunas temporadas. Lo que pasa es que, cuando Dios llama
y uno persevera, las dificultades se superan.
Ingresó en las Hijas de la
Caridad. El amor a Dios le lleva a cumplir fielmente las ocupaciones
habituales. Se desenvuelve en la vida sencilla y escondida de una religiosa que
tiene por vocación atender a los que están limitados: asilos, hospitales,
manicomios, hospicios etc., en donde hay enfermos, sufrimiento, camas, cocina, ropas...
rezos y ¡mucho amor a Dios! Hubiera empleado su vida, como tantas religiosas
santas, sin que su nombre hubiera pasado a las líneas de la historia, de no
habérsele aparecido la Virgen Santísima en el mes de Julio del 1830 y luego
varias veces más. Aparte de otras cosas personales, le pide la Virgen que se
grabe una medalla con su imagen en la que aparezcan unos haces de gracia que se
derraman desde sus manos para bien de los hombres. Luego, esa medalla ha de
difundirse por el mundo. Es el comienzo de la Medalla Milagrosa.
Después pasó su vida
desempeñando trabajos escondidos y sin brillo propios de cualquier religiosa.
Nadie supo hasta la muerte de esta monjita bretona — no muy letrada— el hecho
de las apariciones que ella quiso guardar con el pudor propio de quien conoce
la grandeza, las finuras y la personal delicadeza del amor. Sólo tuvo
conocimiento puntual el P. Aladel, su confesor.
Muere el 31 de Diciembre del
1876. La canonizó el papa Pío XII.
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