San Clemente I (Siglo I y II)
Papa y Mártir
San Clemente fue el tercer
sucesor de San Pedro.

El año 96 escribió una carta
a Los Corintios, que es el documento Papal más antiguo que se conoce (Después
de las cartas de San Pedro). En esa carta da muy hermosos consejos, y
recomienda obedecer siempre al Pontífice de Roma (Entre otras cosas dice:
"el que se conserva puro no se enorgullezca por ello, porque la pureza es
un regalo gratuito de Dios y no una conquista nuestra").
Por ser cristiano fue desterrado por el emperador Trajano a Crimea (al sur de Rusia) y condenado a trabajos forzados a picar piedra con otros dos mil cristianos. Las actas antiguas dicen que estos le decían: "Ruega por nosotros Clemente, para que seamos dignos de las promesas de Cristo".
Por ser cristiano fue desterrado por el emperador Trajano a Crimea (al sur de Rusia) y condenado a trabajos forzados a picar piedra con otros dos mil cristianos. Las actas antiguas dicen que estos le decían: "Ruega por nosotros Clemente, para que seamos dignos de las promesas de Cristo".
Las Actas antiguas añaden que
allá en Crimea convirtió a muchísimos paganos y los bautizó. Los obreros de la
mina de mármol sufrían mucho por la sed, porque la fuente de agua más cercana
estaba a diez kilómetros de distancia. El santo oró con fe y apareció allí muy
cerca una fuete de agua cristalina. Esto le dio más fama de santidad y le
permitió conseguir muchas conversiones más.
Un día las autoridades le exigieron que adorara a Júpiter. Él dijo que no adoraba sino al verdadero Dios. Entonces fue arrojado al mar, y para que los cristianos no pudieran venerar su cadáver, le fue atado al cuello un hierro pesadísimo. Pero una gran ola devolvió su cadáver a la orilla.
San Cirilo y San Metodio llevaron a Roma en el año 860 los restos de San Clemente, los cuales fueron recibidos con gran solemnidad en la Ciudad Eterna, y allá se conservan.
Un día las autoridades le exigieron que adorara a Júpiter. Él dijo que no adoraba sino al verdadero Dios. Entonces fue arrojado al mar, y para que los cristianos no pudieran venerar su cadáver, le fue atado al cuello un hierro pesadísimo. Pero una gran ola devolvió su cadáver a la orilla.
San Cirilo y San Metodio llevaron a Roma en el año 860 los restos de San Clemente, los cuales fueron recibidos con gran solemnidad en la Ciudad Eterna, y allá se conservan.
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