San Álvaro (1360 - 1430)
Patrono de las Hermandades y Cofradías de Córdoba.
Desde muy joven tuvo altas dotes de amor al estudio.
Logró ser profesor de Artes y Teología, y profundizar en las sagradas escrituras, donde supo contagiar a muchos discípulos que seguían su vitalidad y doctrina.
Se dedica a recorrer incansablemente toda España, ciudades de Francia e Italia, donde fue oído respetado y admirado en todas parte como heraldo y mensajero de Jesucristo. De esta forma continuaba su misión evangelizadora de fe contribuyó eficazmente a la desaparición del cisma de Occidente.
A su regreso a España se convierte en confesor de la Reina Dª Catalina de Lancaster y de su hijo Juan II. Debido a su forma de ser, se gana el beneplácito y la confianza de la Corona, que le aportan para sus planes evangelizadores unas limosnas suficientes, como para que comprase la Torre Berlanga y en ella situará su convento denominado Santo Domingo de Escalaceli.
En un principio la orden del convento la compondrían él con siete frailes más, que realizarían esfuerzos máximos para darle vida a aquel entorno. Dicho convento tuvo sus problemas en la construcción, debido a que tanto la limosna monárquica como la de la sociedad cordobesa fueron acabándose. Es por ello y que según cuentan, una gracia divina, bajo petición del fraile de Córdoba, rociara aquellos Santos Lugares del material necesario para su construcción.
Fray Álvaro de Córdoba, al elegir el lugar del convento, elegía el lugar más parecido a la orografía de Jerusalén. Es por ello que funda numerosas ermitas en sus alrededores. En concreto fueron tres.
Sin duda la obra más significativa sería la que realizó en el Monte Calvario (al sur del edificio) y que emulaba con sus tres cruces, al Monte donde Jesús fue crucificado. Hasta este Monte Calvario, y desde el Santuario, Álvaro de Córdoba realizó el que sería el primer Via Crucis de Occidente, manteniéndose hoy en día esta distinción.
«Venía Álvaro de su labor evangelizadora en la ciudad, cuando encontró en el suelo a un mendigo moribundo y hambriento al que invitó que le acompañara al convento. Éste al no poder ni levantarse, hizo que el fraile lo tapase con su capa y se lo echase a los hombros. Llegando a la portería del santuario descubre que lo que llevaba a sus hombros es el mismo Cristo Crucificado, el mismo que según la tradición se venera aún hoy, en la iglesia del convento.»
Fray Álvaro de Córdoba moriría con algo más de setenta años, en su santo lugar debido a una lenta y penosa enfermedad.
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