Virgen y Mártir

Debido a la escasez de noticias respecto de su vida, se recurrió a copiar de "passio" de santos. Así surgió una historia totalmente legendaria que, en resumen dice que Martina era una diaconisa, hija de un noble romano. Al quedar huérfana dejó todos sus bienes a los pobres para dedicarse a la oración y la caridad. Debido a esto, que la señaló como cristiana, fue arrestada en tiempos de Alejandro Severo (222-235). Aquí la "passio" se entretiene en contarnos detalles, como que la llevaron al templo de Apolo donde Martina se negó a sacrificar al dios, mientras que para probar la veracidad de su fe, destruyó el templo y la estatua de Apolo (esto le ha valido el patronato contra los terremotos y los derrumbes, y por extensión sobre los mineros, siempre expuestos a los últimos).
Un día fue sometida a golpes, azotes, aceite hirviendo en las heridas. Al otro día fue llevada al templo de Diana, que se incendió mediante un rayo, lo cual le valió el patronato contra las tormentas y rayos. Atormentada de nuevo con peines de hierro en el potro, fue dejada por muerta, pero sobrevivió y fue arrojada a los leones, que no la atacaron, sino que lamieron sus heridas. Ante esto fue llevada a la hoguera, que se volvió contra sus ejecutores. Al final murió decapitada (quizás sea el único martirio al que realmente fue sometida) en el 235.
De todo esto hay que quedarse con lo único que se sabe: El cuerpo de una mártir llamada Martina fue hallado en su tumba y puesto en veneración, como tantos otros.
Como en otros casos, el culto de Santa Martina gana fuerza al revés, o sea, a partir del descubrimiento de su sepultura junto a las de Santos Concordio y Epifanio (30 de enero), en 1624, en las excavaciones de la vieja iglesia romana que le había sido dedicada a la santa, por el papa Honorio I. El papa Urbano VIII, que restauró las más conocidas basílicas romanas, muy preocupado por la renovación espiritual y material de la Iglesia trasladó su cuerpo, colocando la cabeza en un relicario aparte, y embelleció la iglesia. También propuso a los romanos y toda la Iglesia la devoción a Santa Martina, fijando la celebración el 30 de enero. Él mismo compuso el elogio con el himno: “Martinae celebri", una clara invitación a honrar a la santa por su testimonio. La memoria litúrgica pasó a toda la Iglesia hasta la reforma litúrgica de 1969.
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