lunes, 23 de octubre de 2017

San Juan de Capistrano (1386 - 1456)

La imagen puede contener: una o varias personas y personas de pie

Nació en Capistrano, pueblo de los Abruzzos, reino de Nápoles, en el año 1386.
La actividad apostólica de Juan se inicia paralelamente a los principios del siglo XV, el siglo del difícil tránsito entre dos edades tan distintas de la historia humana. Primero tomó parte en conjuraciones políticas y, derrotado, fue hecho prisionero, encerrado en unos sótanos inmundos, de los que creyó imposible salir con vida. Allí, encadenado a un poste, rodeado de ratas, con el agua hasta las rodillas, desengañado, rezó a San Francisco e hizo voto de entrar en su Orden. El voto le salvó, y la ciudad de Perusa, donde cursaba sus estudios de jurisconsulto, fue testigo de su conversión total.
Corría el año 1416. Ya franciscano, el de Capistrano se entregó en cuerpo y alma a la reforma espiritual del pueblo cristiano por medio de la predicación popular. Siguió las huellas y las enseñanzas de su hermano en religión, el gran San Bernardino de Siena. Su característica era despertar vocaciones religiosas entre la juventud.
Poseía dotes extraordinarias para la diplomacia. Trabajó en unir entre sí a los príncipes, recibió importantes misiones de cuatro Papas consecutivos, impugnó la naciente herejía husita, se relacionó con los griegos para tratar su unión con la Iglesia Romana, e intervino en contener los perniciosos efectos del cisma de Basilea. Extendió la reforma de los "observantes" por los conventos de toda Europa, fundando muchos de ellos en Alemania.
Su vida cambiaría en la cruzada de 1453. Los príncipes cristianos no respondían al llamamiento del Papa a defender Europa de la invasión turca. El mismo rey de Hungría huyó, y tuvo que ser Juan de Capistrano quien reclutó a los campesinos húngaros para la Cruzada. Llegó a juntar a 7.000 soldados. Mahomed atacó con 150.000 hombres y 300 cañones. Capistrano improvisó unos estandartes con la cruz y las figuras de San Francisco, San Antonio y San Bernardino, y animó a todos a la lucha. El conjuro del nombre de Jesús hizo desistir a unidades de su propósito de huir en retirada. Belgrado estaba rodeado por los turcos, y, contra toda previsión, los cruzados, animados por Capistrano desde la orilla, con la cruz, obtuvieron una victoria completa.
A los pocos días Mahomed volvió al asalto con toda la rabia del león herido. Juan corría por las murallas, cuando la infantería turca escala el foso, y grita a los valientes húngaros que en sus manos está la cristiandad. Alzaba sus brazos a Dios, clamando misericordia por Europa. La derrota del turco fue completa.
Más admirable que la victoria en las armas, fue la victoria en los espíritus, que obtuvo Juan, convirtiendo a los cruzados en novicios. A diario celebraban misa él y sus frailes, y muchos soldados comulgaban. Políticamente no tuvo grandes consecuencias la victoria de Belgrado, pero quedó el valor ejemplar de la conducta de un Santo, entregado a la defensa de la cristiandad.
Sucumbió a los estragos de la peste, en el campamento de los cruzados de Eslovenia, el 23 de octubre de 1456.

No hay comentarios:

Publicar un comentario