martes, 13 de septiembre de 2016

San Juan Crisóstomo (347 - 407)
Obispo y Doctor de la Iglesia 


Nació en Antioquía, cerca del año 347.
Su padre, Segundo, era un oficial de alto rango en el ejército sirio. Murió poco después del nacimiento de Juan, y Antusa, su mujer, de solamente veinte años de edad, se hizo cargo sola de sus dos hijos, Juan y una hermana mayor.
Afortunadamente era una mujer de inteligencia y carácter. No sólo instruyó a su hijo en la piedad, sino que además lo envió a las mejores escuelas de Antioquía, aún cuando se pudieran hacer sobre ellas muchas objeciones con relación a moral y religión.
Además de las clases de Andragatio, un filósofo no conocido en otra parte, Crisóstomo fue alumno de Libanio, al mismo tiempo el más famoso orador de ese período y el más tenaz adherente al paganismo declinante de Roma. Como podemos observar en posteriores escritos de Crisóstomo, obtuvo en ese momento una considerable erudición griega y cultura clásica, que de ningún modo repudió en sus días posteriores.
Cuando murió su madre, se retiró al desierto en donde estuvo durante seis años, y los últimos dos los pasó en un retiro solitario dentro de una cueva con perjuicio de su salud. Fue llamado a la ciudad y ordenado diácono, luego pasó cinco años preparándose para el sacerdocio y para el ministerio de la predicación.
Ordenado sacerdote por el obispo Fabián, se convirtió en celoso colaborador en el gobierno de la Iglesia antioquena. La especialización pastoral de Juan era la predicación, en la que sobresalía por las cualidades oratorias y la profunda cultura. Pastor y moralista, se preocupaba por transformar la vida de sus oyentes más que por exponer teóricamente el mensaje cristiano.
En el 398 fue llamado a suceder al patriarca Netario en la célebre cátedra de Constantinopla. En la capital del imperio de Oriente emprendió inmediatamente una actividad pastoral y organizativa que suscita admiración y perplejidad: evangelización en los campos, fundación de hospitales, procesiones antiarrianas bajo la protección de la policía imperial, sermones encendidos en los que reprochaba los vicios y las tibiezas, severas exhortaciones a los monjes perezosos y a los eclesiásticos demasiado amantes de la riqueza. Los sermones de Juan duraban más de dos horas, pero el docto patriarca sabía user con gran pericia todos los recursos de la oratoria, no para halagar el oído de sus oyentes, sino para instruír, corregir, reprochar.
Juan era un predicador insuperable, pero no era diplomático y por eso no se cuidó contra las intrigas de la corte bizantina. Fue depuesto ilegalmente por un grupo de obispos dirigidos por Teófilo, obispo de Alejandría, y desterrado con la complicidad de la emperatriz Eudosia. Pero inmediatamente fue llamado por el emperador Arcadio, porque habían sucedido varias desgracias en palacio. Pero dos meses después era nuevamente desterrado, primero a la frontera de Armenia, y después más lejos a orillas del Mar Negro.
Durante este último viaje, el 14 de septiembre del 407, murió. Del sepulcro de Comana, el hijo de Arcadio, Teodosio el Joven, hizo llevar los restos del santo a Constantinopla, a donde llegaron en la noche del 27 de enero del 438 entre una muchedumbre jubilosa.

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