
Hoy Jesús murió. Murió cruelmente. Injustamente. Murió por nuestros pecados. Y murió con mucho dolor. Pero nunca se acobardó ni se hechó atrás. Porque un amor aún mayor lo acompañaba. Lo acompañaba el padre. Y la madre. Nuestra madre, a quién siete espadas le están atravesando el corazón. No podemos dejarla solo. Debemos acompañarla como hizo Juan. ¿Como mirarla a la cara si son nuestros pecados los que hacen sufrir a su hijo? Pero ella nos perdona, pues entendió el amor que su hijo predico, y nos pide que con nuestra oración la acompañemos y la recivamos en nuestro corazón en este momento de gran dolor. ¿Vas a dejar a María sola al pié de la Cruz?
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