
Nació el 8 de marzo de 1495 en Portugal, y era de familia pobre pero muy piadosa. Su madre falleció cuando él era todavía muy joven, y su padre murió como religioso en un convento.
En su juventud fue pastor, muy apreciado por el dueño de la finca donde trabajaba, por lo que le propusieron que se casara con la hija del patrón y así quedaría como heredero de aquellas posesiones. Pero el santo dispuso permanecer libre de compromisos económicos y matrimoniales pues deseaba dedicarse a labores más espirituales. Estuvo de soldado bajo las órdenes del genio de la guerra, Carlos V en batallas muy famosas, y la vida militar lo hizo fuerte, resistente y sufrido.
Luego de salir del ejército, decidió entregarse a la vida apostólica, vendiendo estampas y libros religiosos en las calles. Llegó a Granada a predicar religiosos de la congregación de San Luis de Avila, y San Juan asistió a uno de sus elocuentes sermones, y en pleno sermón, cuando el predicador hablaba contra la vida de pecado, el santo se arrodillo y empezó a gritar: "Misericordia Señor, que soy un pecador". Se confesó con San Juan de Avila y se propuso como penitencia fingir como loco para que la gente lo humillara y lo hiciera sufrir. Repartió entre los pobres todo lo que tenía en su pequeña librería, empezó a deambular por las calles de la ciudad pidiendo misericordia a Dios por todos su pecados, y como la gente lo creyó loco, empezaron a atacarlo a pedradas y golpes. Fue llevado al manicomio donde los encargados le dieron fuertes palizas que eran ofrecidas por San Juan por la conversión de los pecadores. Además, el santo corregía a los guardias y les llamaba la atención por el modo tan brutal que tenían de tratar a los pobres enfermos.
Tras salir del manicomio, San Juan fundó un hospital, y enseñó con su ejemplo que a ciertos enfermos hay que curarles primero el alma si se quiere obtener después la curación de su cuerpo. Sus religiosos atienden enfermos mentales en todos los continentes y con grandes y maravillosos resultados, empleando siempre los métodos de la bondad y de la comprensión, en vez del rigor de la tortura.
El 8 de marzo de 1550, sintiendo que le llegaba la muerte, se arrodilló en el suelo y exclamó: "Jesús, Jesús, en tus manos me encomiendo", y quedó muerto, así de rodillas.
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